Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Madrid, 1923) es uno de los grandes maestros de la pintura española, el pintor de la luz mediterránea por excelencia, el artista español más internacional entre Goya y Picasso. Desde que en 1908 expuso en las Grafton Galleries de Londres, y fue presentado como “el mejor pintor vivo del mundo”, no había vuelto a la capital inglesa. Estos meses expone denuevo en la ciudad londinense, en la exposición que ahora le dedica la National Gallery con 60 de sus mejores obras, abierta hasta el 7 de julio.
Sorolla es un creador total, cuyo precoz virtuosismo le permitió ser a la vez un dramático pintor de temática social, un enorme continuador del retrato español y, por supuesto, un maestro que supo atrapar como nadie la luz del Mediterráneo desde el impresionismo, movimiento que ya estaba en pleno apogeo en Francia. Su estilo está perfectamente caracterizado: gusto por el aire libre y por lo momentáneo y fugaz, captación de los efectos de la luz, ausencia del negro y de los contornos, pinceladas pequeñas, sueltas e independientes. Sin olvidar su trabajo de retratista y escenas costumbristas.
La temática de Sorolla es variada, pero dos temas son muy reiterativos: las playas y las costumbres y trajes populares, todo desde un luminismo único. Su uso del blanco como uno de los colores protagonistas ha logrado hacer que sus obras tengan una luminosidad inigualable y una marca propia que lo distingue fácilmente del resto. Nadie ha captado de forma tan perfecta en sus lienzos el Mediterráneo, su agua y su luz, como Sorolla. Hacía un tratamiento, cercano a la abstracción de las playas de Valencia, ante las que se instalaba durante horas, ajeno al paso del tiempo y a las incomodidades de trabajar bajo el sol y las picaduras de mosquitos para aprovechar hasta el último resquicio de luz.
Sorolla acudía a menudo con su caballete a las playas de su Valencia natal (La Malvarrosa). Los cuerpos desnudos de los niños son la excusa para tratar la luz y las sombras, los reflejos y el aire. Destacan las sombras malvas, marrones e incluso blancas así como los maravillosos reflejos del agua sobre la piel infantil expuesta al sol. Niños en la playa, Baño en la playa, Después del baño, Idilio en el mar, El balandrito, El baño del caballo, Niña entrando al mar, Bote blanco son algunos de sus cuadros más característicos, todos pintados en la orilla de La Malvarrosa, con esa luz única, tan sorollesca, que también queda reflejada en obras costumbristas.
“Cuando se entra en el estudio de Joaquín Sorolla, parece que se sale a la playa y al cielo; no es una puerta que se cierra con nosotros, es una puerta que se abre al mediodía”, escribió el poeta Juan Ramón Jiménez.
Es imposible recopilar la serie laudatoria de frases y juicios sobre Sorolla y sus obras. Buena parte de sus pinturas pueden admirarse en el Museo del Prado, San Pío V de Valencia y en la Casa Museo de Sorolla, en Madrid.
La imagen más conocida de la obra de Joaquín Sorolla habla de paisajes mediterráneos, mujeres con geranios, espuma y sol. Pero su papel en la historia del arte es mucho más que eso. Su dominio de la luz, su contundente denuncia social y su maestría en la composición lo convierten en uno de los grandes maestros de la historia del arte español. Fue en París, Múnich, Venecia, Viena, Berlín, Londres y Expuso en Londres en 1908. Lo anunciaron como el ‘el mejor pintor vivo del mundo’.
Sorolla no sólo supo pintar la luz del Mediterráneo, sino también la de Salamanca, la de Castilla, la de Andalucía. También mostró su destreza en los retratos y en sus pinturas de interiores. Su obra refleja la alegría de vivir. Captó también las imágenes más icónicas de Nueva York: el edificio Flatiron, la Estación Central, la iglesia de San Bartolomé… Son capturas de imágenes que sirven para contar que Sorolla, mucho antes que Picasso, fue el primer artista español que triunfó en Estados Unidos, tanto entre los coleccionistas (hay más de 350 poseedores de cuadros suyos) como en galerías y museos. En total, pintó más de 4.000 cuadros. “Tenía la ambición de querer pintarlo todo”, escribió de él el ensayista y político español Ramiro de Maeztu.
En su juventud, Sorolla creó alguna de las obras referentes del realismo social de la época, como es el caso de ¡Aún dicen que el pescado es caro!, un cuadro imponente en el que retrata como dos pescadores atienden un joven marinero, en la bodega de un barco, mientras está entre la vida y la muerte tras un accidente laboral. Triste herencia supuso la culminación de su pintura social y el reconocimiento internacional. Un numeroso grupo de chicos ciegos, locos o tullidos se sumergen en el mar bajo la vigilancia de un fraile. La escena fue captada por el artista desde los ventanales de su estudio.
Hacia 1920, ya en el ocaso de su carrera, Sorolla firmó el contrato para un proyecto que le ocuparía la última década de vida: ejecutar para la sede de la Hispanic Society en Manhattan un mural de 70 metros de largo por 3 de alto sobre las distintas regiones españolas. En el Museo del Prado están sus principales cuadros. También en el Museo de Bellas Artes de Valencia encontramos algunas de sus obras.