Dark Light

El diamante es la piedra reina por naturaleza. La madre de todas las piedras preciosas. El brillo materializado. La de mayor dureza, porque es la única que puede rayar a otra y no ser rayada por ninguna. No se quema, porque se ha producido a tempe­raturas altísimas. Un producto procesado durante millones de años en un entorno infernal: a más de 160 kilómetros de profundidad, a una presión de entre 50.000 y 100.000 at­mósferas (a nivel del mar es 1) y a cerca de 2.000 grados de temperatura. El resultado: uno de los elementos de mayor belleza de la Tierra. Lo explica Argimiro Aguilar, referen­cia de la joyería en Valencia. Un experto en la materia.

El valor del diamante lo marca su escasez y, por su­puesto, sus características únicas. Más allá de su dureza, es el brillo mágico lo que la convierte en la piedra por exce­lencia. Formada tras un eterno proceso de cristalización de carbono líquido, su extraordinaria estructura atómica provoca que refracte toda la luz que recibe. “Por eso se lla­ma brillante, porque según un estudio cristalográfico, en el carbono líquido cristalizado toda la luz incide en la pieza, viaja dentro de la piedra a una velocidad menor y la re­fracta a una velocidad mayor”, explica Argimiro. “Por eso es la reina de las piedras preciosas, porque no hay otra que iguale su belleza gracias a la refracción total, ese brillo, ese encanto que tiene que parecer que estás viendo el astro sol en el dedo. Se produce una difracción que permite ver to­dos los colores del arco iris”, añade.

¿Cuál es el mejor diamante? El diamante blanco, inco­loro, pero con un leve aspecto azulado, es el más demanda­do. El diamante más puro. “Todo en la naturaleza, cuando tiende más a la perfección, es más puro. El que es perfec­tamente incoloro, blanco azulado, es el considerado más perfecto”, asegura Argimiro. El 90% de los diamantes más vendidos son blancos. El 10% restante se dividen entre los negros (7%), brown (2%) y los fancy amarillo, el más caro con diferencia. Tiene una explicación. Se produce en el centro de la Tierra, en unas condiciones de presión y de temperatura altísimas, que van cristalizando a medida que van siendo expulsados hacia capas más superficiales. La en­trada de átomos de oxígeno en el carbono líquido provoca su particular color amarillo.

Las 4 “ces” marcan la calidad del diamante: el Carat (quilate), Color, Clarity (pureza) y Cut (tallado). “La re­fracción total sólo se produce en los tallados good y exce­llent, determinadas por la forma de la talla”, apostilla Argi­miro Aguilar, mientras muestra dos diamantes: uno blanco, puro, y un fancy amarillo intenso.

Hay una quinta “C”: Certificate. Los tres laboratorios más profesionales del mundo (GIA, HRD e IGI) acre­ditan la calidad y el origen de las piedras. También deben garantizar que todos los brillantes que se comercializan responden a un comercio ético y justo. “Cada eslabón de la cadena exige al otro una carta para asegurar que ninguno de los diamantes está extraído bajo condiciones de guerra (los llamados diamantes de sangre) ni de explotación infan­til. Que quede garantizado que al minero se le pague por lo que produce. No podemos estar hablando de un artículo de lujo y tener a gente explotada al otro lado del mundo. Los diamantes son éticos, como el oro”, explica Argimiro.

Sudáfrica, Siberia (Vladimir Putin es uno de los prin­cipales accionistas de las minas de esta región) y Australia son los tres grandes países productores de diamantes.

Un dato: de cada 10.000 anillos de pedida, 9.995 son diamantes y el resto de otras piedras preciosas (esmeralda, rubí o zafiro). Está todo dicho.

Noticias Relacionadas