Dénia es una de las grandes capitales mediterráneas de la arqueología subacuática. No es ninguna exageración. En sus aguas se esconde uno de los mayores patrimonios arqueológicos europeos, producto de su atávica relación con el Mediterráneo. Su litoral concentra el mayor número de barcos naufragados y yacimientos subacuáticos de toda la Comunidad Valenciana. Así lo decretó su gobierno en 2014. Y desde entonces ha habido más descubrimientos. Uno de los últimos, apenas hace dos veranos. Una joven turista francesa de 16 años y su hermano de 14 hicieron un sorprendente hallazgo durante sus vacaciones. Mientras practicaban snorkel en el litoral norte de la ciudad, encontraron los restos de un navío a 350 metros de la playa y a solo 3,5 metros de profundidad. Pertenecían al barco corsario Zéphir hundido en el año 1813, durante la Guerra de la Independencia Española frente a los franceses, curiosamente. Embarrancó y naufragó frente a la costa de las Marinas entre el 13 y el 14 de mayo de 1813. Se trataba de un barco corsario y a bordo perecieron un centenar de tripulantes.
No fueron los únicos. El mar Mediterráneo esconde frente a Dénia pecios de todas las épocas. El más antiguo, unas ánforas ibicencas, se remonta al siglo vi a.C., nada menos. A modo de cementerio de naufragios, en el fondo del mar reposan los restos de más de 80 navíos. Cada año, además, el lecho cambia. Aparecen cosas que después vuelven a quedar enterradas otros 20 años.
Tras una vieja reivindicación, el patrimonio marítimo de Dénia se expone desde este año en el Museo del Mar, una exposición que recorre 2.300 años de historia, en la antigua lonja de pescadores.
¿Por qué Dénia esconde tantos tesoros? Obedece al lugar estratégico que su puerto, tan próximo a las Baleares, ha ocupado en la geografía del Mediterráneo Occidental y a que la ciudad siempre fue un enclave vital del comercio marítimo: en la Dianium romana, en la Daniya islámica y en la Dénia comercial más floreciente. Históricamente, además, ha sido refugio natural de las costas alicantinas que posibilitaban el hibernaje para que grandes navíos invernaran y, posteriormente, partieran, sobre todo hacia Italia, siguiendo la ruta de las islas. Dénia constituye el único puerto refugio natural en los más de 500 kilómetros de costa que separan el de Los Alfaques en Sant Carles de la Ràpita (Tarragona) y el de Cartagena (Murcia). Ello hizo que durante siglos las embarcaciones buscaran, no siempre con éxito, su abrigo en las tempestades.
La imponente presencia del cabo de San Antonio y de la montaña del Montgó generan en la zona, además, un singular régimen de vientos que desde la antigüedad ha desorientado a los barcos y los ha hecho perderse. Las condiciones naturales de las aguas de Dénia, poco profundas, hicieron que Quinto Sertorio la eligiera como base marítima en la terrible guerra civil que lo enfrentó al Senado romano en el siglo i a.C. Y que, 1.000 años más tarde, Muyahid al-Amiri, fundara la taifa de Dénia y utilizara sus muelles para lanzarse a la conquista de las islas Baleares y después de Cerdeña. Dénia, siempre, como punto referencia marítimo. Como lugar de llegada y de destino de navíos cargados de riquezas.
A todas esas cronologías, desde el Imperio romano hasta el siglo XIX, pertenecen sus pecios. Dos mil años de naufragios. De riqueza histórica y comercial. Y también de guerra, de batallas o trifulcas navales. Hay ánforas, cerámicas, cuadernas, cascos, monedas, lingotes de oro, balas de cañón, esqueletos de naves, campanas, fragmentos de artillería. Todo eso esconde el mar de Dénia.
Los restos de barcos romanos se extienden por todo el litoral dianense. Bajo el gobierno del emperador Augusto y sus sucesores, de Dianium partieron barcos cargados de mercancías a distintas latitudes del Imperio. Algunos jamás llegaron a su destino. Fue el caso del navío que el mercader Tiberius Claudius Amiantus había enviado repleto de vino a Cartago Nova y que naufragó frente a L’Almadrava. Hace 40 años, dos vecinos de El Verger hallaron un cepo de esta embarcación cuando buscaban pulpo en esas costas. Hay más pecios de origen romano en l’Almadrava. Un barco cargado con ánforas grecoitálicas del Nápoles del siglo i y también otro navío que zozobró con una carga de ánforas de Saguntum.
La playa de arena más meridional de la población sirvió como fondeadero de buques entre el siglo i a.C. y el XIX y alberga un notable número de pecios. Entre ellos, uno con ánforas de salsa de pescado procedente de Cádiz del siglo I u otro de la misma centuria con cargamento de aceite originario de Bética y localizado cerca de la escollera sur.
Más hacia la Punta del Faralló, existen elementos aún más antiguos: un conjunto de cerámica púnica que portaba como carga un buque procedente de Ibiza allá por el siglo I a.C.
También en estas aguas fondeaban las galeras de los siglos cañón en la playa de Les Albaranes que en un principio se creyó de la Guerra Civil, pero que en realidad pertenecía al siglo XVIII. En todo el litoral de Dénia se calculan al menos ocho naves datadas en un turbulento periodo entre dos guerras (la de Sucesión y la de la Independencia) que iban extraordinariamente armadas.
EL NAUFRAGIO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA DE DÉNIA
Un naufragio cambió la historia de la población dianense. El 16 de marzo de 1799 a las 4 de la madrugada, la fragata- Guadalupe de la Armada del rey de España naufragó entre las rocas de Les Rotes cuando huía de unos navíos británicos. Murieron 147 de sus 327 tripulantes. Los vecinos se volcaron en el auxilio a los supervivientes llevándoles ropa seca y comida. Aquel naufragio puso al descubierto en todo el reino el lamentable estado del puerto, lo que provocó que Carlos IV incorporara en 1804 la ciudad a la Corona ante la negativa de la duquesa de Medinaceli a dragar la dársena.
Otro de los descubrimientos fue el vapor La Felguera. Perteneciente a una compañía de Gijón y construido en astilleros británicos. Fue botado en 1876 y se fue a pique cuatro años más tarde tras ser abordado por el vapor británico Ardantine en las proximidades del cabo de San Antonio.