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La joya de la costa de Jávea es la cala de la Granadella. Dos años después de un terrible incendio, el entorno va recuperando la vida y el verde, poco a poco.

Las calas concentran, más que ninguna otra visión del mar, las seductoras esencias de la costa. En Oliva Nova estamos al lado del mejor conjun­to de calas de la costa española oriental, algu­nas de ellas catalogadas entre las más selectas de todo el Mediterráneo. Desde Denia hasta Pilar de la Horadada, la Costa Blanca está formada por 244 kilómetros de playas y, también, de impresionantes calas. Lugares recónditos de aguas azules cristalinas, refugios salvajes, rodeados de ve­getación. Playas en su mayoría de cantos rodados, otras de arena fina, y todas escondidas bajo abruptos acantilados, de mar tranquilo y otras encrespado por el viento. Lugares donde cerrar los ojos, inspirar profundamente y pedir que ese momento dure para siempre.

Para llegar a algunas de las calas más impresionantes hay que andar unos minutos, bajar empinadas escaleras o acce­der por el mar, pero la recompensa merece la pena. Objetos de valor incalculable para instagramers, sin duda.

En Denia, la población que marca en el mapa el inicio de la Costa Blanca, desde el norte hacia el sur, el imponen­te Montgó dibuja la playa de Les Rotes, a sólo 20 minutos de Oliva Nova. Es una larga playa de arena gruesa, guija­rros y rocas, donde el agua del mar se mezcla con el agua dulce que se filtra en las faldas del Montgó.

Más allá del Montgó, entramos en la zona más rica en calas de todo el Mediterráneo peninsular. Jávea es la po blación con la mayor variedad de playas y calas de toda la provincia de Alicante. Pasado el municipio, tres cabos que apuntan a Ibiza (Cap Prim, Cap Negre y el Cabo de La Nao) diseñan una costa escarpada, donde se encuentran calas de película escondidas en las paredes de los acantila­dos. Entre las destacadas, el Portitxol, al término de un im­presionante acantilado. Un lugar que bien parece un cua­dro, con sus blanquísimas casas cúbicas de puertas azules, casi en la orilla, y rodeadas de vegetación que desciende por las rocas y llega casi hasta el propio mar. En el horizonte, la islita de Portitxol. A esta cala se puede acceder en coche, por la carretera del Cabo de la Nao, o bajar a pie desde el Mirador de la Cruz del Portitxol, un agradable recorrido por senderos de alrededor de media hora.

La joya de la costa de Jávea es la cala de la Granadella. Dos años después de un terrible incendio, el entorno va recuperando la vida, y el verde, poco a poco. Escenario de algunas secuencias cinematográficas (la última, La fría luz del día, de Bruce Willis y Halle Berry). Un paraíso secreto de aguas cristalinas, de contraste de colores y de rocas im­ponentes. En lo alto, desde la misma carretera de la Grana­della se puede acceder al Mirador, y desde el parking de la cala empieza la ruta de senderismo del Castell de la Gra­nadella, una fortaleza construida sobre un promontorio.

A sólo un par de kilómetros, también junto al Cabo de la Nao, la Cala Ambolo es la playa virgen más alejada. Un mundo aparte. Hasta el punto de que está prohibido el ac­ceso en coche. Una escalera excavada en la roca da acceso a la playa, que debe su nombre a la torre vigía construida en el siglo xvi, cuya función era la vigilancia y defensa maríti­ma de los ataques piratas.

Nada más pasar Jávea, la Costa Blanca nos regala una de sus calas más amables: la Cala del Moraig. A su belle­za, se une su relativo fácil acceso, casi en coche hasta la playa. Además, es espaciosa. El acceso, desde Benitachell, pasado el macizo del Puig Llorença, discurre en dirección a la urbanización Cumbre del Sol. Alcanzada la cum­bre por carretera, el descenso hacia la cala es imponente, emocionante. Esta pequeña y preciosa cala entre monta­ñas, pedregosa, de agua azul turquesa, ofrece unas vistas únicas. Por la calidad de su fondo marino, es una de las mecas del submarinismo. Allí encontramos la Cova dels Arcs, una cueva acuática esculpida por el drenaje de un sistema cárstico y la acción del oleaje que ha cincelado dos grandes arcos sobre el mar.

Entre Moraira (pedanía de Benissa) y Calpe, entramos en otro tramo de costa delicioso. En apenas 20 kilómetros se suceden algunas de las más atractivas calas de la Costa Blanca. De arena, grava o bolos, todas ellas tienen en co­mún unas aguas transparentes que permiten ver los exce­lentes fondos de roca que esconden. Els Pinets, pequeña y fascinante, con vistas al Peñón de Ifach; L’Andragó, Bala­drar, Advocat y Fustera son las cuatro más atractivas. La carretera costera que nos lleva a Calpe nos permite llegar a las calas que flanquean el imponente peñón. En la cara norte, la cala del Penyal, sugerente por las vistas y por la calidad del agua, azul intenso.

El espectáculo continúa hacia Altea y Benidorm. La cala del Tío Ximo, entre escarpados acantilados, se presenta como el contrapunto a la espectacular extensión de arena fina de las playas de Benidorm. Se localiza entre escarpados acantilados, lo que la dota de gran belleza, y sus aguas cris­talinas y preciosos fondos marinos la convierten en idónea para bucear. Es una cala de bolos y roca, sin embargo, el fon­do del mar se compone de arena, por lo que el baño es mu­cho más agradable. Y al lado, la cala de la Almadrava, a los pies de la Sierra Helada, en un entorno de naturaleza único.

Ensenadas de todos los tamaños y colores donde el mar se adentra en la tierra y dibuja una forma redondeada.

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