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La llegada del siglo XX transformó la ciudad de Valencia. En plena explosión urbanística, industrial y artística, los edificios modernistas irrumpieron entre la arquitectura ecléctica de la época. La influencia de la Sezession, escuela del modernismo vienés, es evidente en la Estación del Norte, el icono de esta corriente en España.

Valencia es una de las ciudades españolas con un mayor volumen de arquitectura modernista, debido a la perfecta asimilación del estilo por parte de la burguesía valenciana. La personalidad del modernismo valenciano se caracteriza por la aplicación de las diversas tendencias: muy barroca y exuberante en ocasiones, geométrica y ordenada en otras, incorporando elementos clasicistas a menudo.

En plena efervescencia comercial y urbana, el modernismo penetró en Valencia a principios del siglo xx para confirmar lo que ya había sucedido en otras partes del mundo: un cambio de la concepción racionalista de la estética arquitectónica por una más romántica que exaltaba las costumbres valencianas. El modernismo llega a la ciudad, y a otros puntos de la Comunitat Valenciana, como un golpe de aire fresco. Aunque forma parte de una corriente general que surge en toda Europa, parte del modernismo valenciano viene influenciado por la Sezessión vienesa. Arquitectos como Demetrio Ribes, bebieron principalmente de la corriente del Jugendstil (estilo joven) o Sezession vienesa, un movimiento artístico cultural nacido en la capital austriaca a finales del siglo xix. La Estación del Norte es el icono de la influencia vienesa. Constituye de una de las entradas ferroviarias, en este caso hasta el corazón de la ciudad, más impresionantes de Europa.

La terminal ferroviaria, inaugurada en 1917, es un emblema de la corriente modernista valenciana influenciada por la Sezession, desde el punto de vista arquitectónico y estético de una ciudad en ciernes. Destaca en su interior por la monumental marquesina de metal, una clara influencia vienesa. Su fachada, mirando hacia la plaza del Ayuntamiento, es horizontalista, con tres cuerpos de edificación resaltados en forma de torreones. Se encuentra repleta de mosaicos, cerámicas y azulejos que muestran el costumbrismo valenciano a todo color: naranjas, flores de azahar y el escudo heráldico de la ciudad como emblema central.

La corriente modernista llegada de Viena se percibe también en todo su esplendor en otras construcciones: la Casa del Punt de Ganxo en la plaza de la Almoina –a la espalda de la Catedral-, el Edificio Ferrer, en la calle Cirilo Amorós, o la Casa Sagnier, en la calle de la Paz.

La arquitectura modernista valenciana hay que entenderla desde la influencia que ejerció sobre ella el diseño industrial mediante las labores en hierro, la cerámica y el vidrio, perfectamente visible en los elementos decorativos de los edificios. Sobre las construcciones se plasman elementos alegóricos de la Valencia de la época: los mosaicos de falleras, la huerta, pescadores y naranjas llenaron de color una Valencia austera y crearon un estilo reconocible en Valencia y otras poblaciones de la Comunitat. Es la época de explosión urbanística de la urbe, con la ampliación del Ensanche y la mecanización de la huerta en el contexto de la ciudad.

El modernismo valenciano se entremezcla con la construcción de otros edificios de estilo más ecléctico, pero con elementos modernistas. Es el caso del edificio de Correos (inaugurado en 1923), en la plaza del Ayuntamiento. De estilo más historicista, destaca por sus elementos predominantes modernistas, como la utilización de metales en la estructura y decoración, presentes en la torre que corona el edificio. Su monumentalidad es un símbolo del progreso que significaron las comunicaciones postales y telegráficas en las primeras décadas del siglo xx. El interior destaca por su sala oval y espectacular cúpula de cristalería, formada por 370 paneles que contienen los escudos de las 50 provincias de España. En el centro, fabricado en latón, se presenta majestuoso el escudo de la ciudad.

En dirección de nuevo al Ensanche, en la parte este de la ciudad, llegaremos al Mercado de Colón (1916), que recoge, también, elementos del modernismo llegado de Centroeuropa. Construido para abastecer a la clase burguesa de la zona, está declarado monumento nacional. Sus dos fachadas se diferencian de cualquier otro edificio de la ciudad; la de la calle Conde Salvatierra cuenta con una gran cristalera y marquesina que protege la entrada; la de Jorge Juan es más espectacular, con cerámica valenciana: trencadís, mosaicos y relieves, que forman un gran arco de 16 metros que muestra elementos tradicionales valencianos como las falleras y escudos. Otra vez las costumbres. Inspirado por Gaudí, el arquitecto Mora Berenguer plasmó su gusto por el detalle y la cuidada ornamentación, que recuerda inevitablemente a la Portada del Nacimiento de la Sagrada Familia de Barcelona. Su carácter abierto, una de las novedades del momento, produce una agradable sensación de diafanidad y transparencia. Fue restaurado en 2003 con un coste de 33 millones de euros para convertirlo en un centro de locales referentes gastronómicos de la ciudad.

Otra vez hacia al centro, frente a la Lonja, se encuentra, posiblemente, la obra maestra y tardía del modernismo valenciano: el Mercado Central (1928). Un edificio donde conviven en armonía el hierro y el cristal, con grandes cúpulas decoradas por azulejos que coronan la construcción y sus veletas. Sus vidrieras de colores dejan pasar la luz al interior del mercado, el gran referente comercial de la ciudad, considerada la mayor despensa de Europa. Un mercado cada día en ebullición en el que podemos encontrar cientos de puestos de venta en los que disfrutar de la mejor gastronomía mediterránea. Más de 3,5 millones de personas lo visitan anualmente.

De nuevo hacia el Ensanche, muy cerca del Mercado de Colón, nos encontramos en la calle Sorní con la Casa de los Dragones (1901), cuya ornamentación principal son flores y dragones. El estilo del edificio tomó el nombre de “medievalismo fantástico”. Hacia la Gran Vía Marqués del Turia es imprescindible echar un ojo a la Casa Ortega y la Casa Chapa, ambos dos de los mejores ejemplos del modernismo valenciano aplicados a la construcción de viviendas.

Al otro lado del Jardín del Turia, en la zona de la Alameda, sede de la Exposición Regional de 1909, podemos visitar el imponente y neogótico Palacio de la Exposición, construido en apenas 70 días en el año 1909. Muy cerca, Valencia nos enseña otras joyas modernistas como el Asilo de la Lactancia, La Lanera convertido en hotel y la Fábrica de Tabacos, hoy un edificio de atención municipal.

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